En cada rincón de nuestro país, donde la tierra se encuentra con el cielo, hay una cancha de rugby que resuena con el eco de la historia. Un lugar donde las pasiones se entrelazan con la disciplina, donde cada grito de aliento y cada caída se convierten en lecciones de vida. Hablamos del rugby, ese deporte que no solo se juega, sino que se siente en cada fibra de nuestro ser.
La pasión por el rugby es un fuego que arde incansablemente en nuestros corazones. Es esa chispa que nos impulsa a levantarnos antes del amanecer, a enfrentar el frío y la lluvia, a correr detrás de de la ovalada que nos enseña a luchar, a caer y a levantarnos una vez más. Cada entrenamiento es una batalla en la que nos enfrentamos a nuestros propios límites, donde el sudor y el esfuerzo se convierten en un ritual sagrado.

Pero la pasión, aunque potente, no es suficiente. La disciplina es la compañera inseparable de nuestro amor por el rugby. Es la que nos enseña a ser puntual, a respetar a nuestros compañeros, a escuchar al entrenador y a dar lo mejor de nosotros en cada jugada. Es esa voz interna que nos recuerda que cada ensayo, cada golpe, cada caída en la cancha nos acerca un poco más a nuestros sueños. Sin disciplina, la pasión se desvanece, se convierte en un susurro que se pierde entre la multitud.
En el rugby, aprendemos que el verdadero triunfo no se mide solo en puntos o trofeos, sino en el compañerismo forjado en el barro, en las miradas cómplices entre compañeros de equipo, en las victorias compartidas y en las derrotas que nos enseñan a levantarnos con más fuerza. Cada pase, cada tackle, cada scrum, como digo siempre, es una oportunidad para demostrar que somos más que un simple grupo de jugadores; somos una familia unida por un propósito, un amor y un respeto inquebrantables.

A los chicos y chicas que empiezan a transitar este camino, les decimos: abracen la pasión, pero no olviden la disciplina. Porque el rugbm no solo se juega con el cuerpo, sino con el alma. Es un viaje que requiere sacrificio, esfuerzo y un compromiso inquebrantable. Pero les prometemos que cada gota de transpiración, cada lágrima y cada risa compartida valdrá la pena.
Así que, sigamos adelante, con el corazón en la mano y la disciplina como nuestra guía. Sigamos rugiendo en el campo, sintiendo el viento en la cara y la adrenalina corriendo por nuestras venas. Porque en el rugby, como en la vida, la pasión y la disciplina son el motor que nos impulsa a ser la mejor versión de nosotros mismos. ¡A jugar! ¡A vivir! ¡A sentir! ¡Por el rugby, siempre!
