EL TERCER TIEMPO: SEBASTIAN E. PERASSO

El rugby ha experimentado grandes transformaciones en los últimos años, tanto dentro como fuera de la cancha. El juego es mucho más dinámico y veloz que antaño, y sus jugadores cuentan con un poder físico y destrezas que no tienen semejanza alguna al que exhibían un par de décadas atrás.

El profesionalismo declarado abiertamente en 1995 luego del mundial de Sudáfrica cambió el panorama para siempre. Hoy el rugby es un deporte global practicado en 121 países alrededor del mundo. Por otra parte, en aquel lejano 1995 solo 45.000 mujeres jugaban al rugby y hoy más de 2 millones lo practican con un grado de pasión y compromiso admirables…

Ha cambiado prácticamente todo: la preparación, los sistemas de enseñanza, la metodología de entrenamiento, las formas de liderazgo, las tácticas y estrategias, e incluso el reglamento y hasta la puntuación. No obstante, ciertas cuestiones que hacen a su esencia se mantienen inalterables. Los valores y las tradiciones son elementos distintivos de nuestro juego y debemos poner especial hincapié en preservarlos. Es un desafío diario frente a las amenazas de una sociedad que pregona muchas veces todo lo contrario. Esto es egoísmo, individualismo, desapego a la autoridad y falta de valores.

Frente a ese escenario, defender la figura del tercer tiempo es determinante. Es, sin dudas, la tradición más importante del juego y le da a nuestro deporte un carácter distintivo y a la vez único. Gracias a la figura del Tercer tiempo nuestro deporte ingresa en una dimensión diferente.

Si el partido es la celebración de la competencia, el Tercer Tiempo es la celebración del encuentro. Es la posibilidad de disfrutar con nuestros compañeros y rivales la fiesta del rugby. Es, a su vez, la chance de comunicarnos y conocernos cara a cara, sin vendas ni disfraces, en un mundo donde los dispositivos electrónicos han dañado seriamente nuestra conexión emocional. Es un escenario que nos desafía porque, tal como menciona Pilar Sordo en su libro “Educar para sentir”, los dispositivos electrónicos generan la magia de acercar a los que están lejos pero, como contrapartida, alejan a los que están cerca…

Rene Cravos, figura legendaria del rugby francés, sostenía con vehemencia la existencia de los tres tiempos del rugby.

El primero es el tiempo de la preparación y está dado por todo lo que hacemos en la previa del partido de rugby, como los entrenamientos y charlas, por ejemplo.

El segundo tiempo es el partido en sí mismo, es decir los 80 minutos de juego. Y el tercer tiempo es el que completa y da sentido al rugby. Es el tiempo del reencuentro con el oponente y el árbitro, luego de “gran batalla”. Una batalla física y mental pero con reglas, respeto, educación y buena fe.

Es el tiempo del agradecimiento mutuo por haberse ayudado a disfrutar del juego. Es el tiempo del reconocimiento de alguna falta cometida y el momento de limar cualquier aspereza. También, es el tiempo de pedir disculpas si nos hemos equivocado vulnerando el espíritu del juego. Es, en fin, el tiempo de las celebraciones.

Sin el tercer tiempo, el rugby no sería verdaderamente rugby. En el tercer tiempo conocemos a la persona que encierra al jugador. Así, se forjan lazos de amistad y camaradería que duran para siempre.

Señala sabiamente Cravos que durante el primer y el segundo tiempo nos preparamos para ser “jugadores de rugby” y, en el tercer tiempo, completamos nuestra formación para ser verdaderos “hombres de rugby”.

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