El rugbier, esa figura que durante décadas encarnó la fuerza inquebrantable, la resiliencia a prueba de balas y el estoicismo como virtud suprema, se encuentra hoy en medio de una profunda transformación. La disciplina, históricamente reticente a explorar las fragilidades humanas, está dando pasos audaces y necesarios para abordar un tema que, hasta hace poco, permanecía en las sombras: la salud mental de sus protagonistas. Las conmociones cerebrales, las presiones inherentes a un deporte de élite y las exigencias de un estilo de vida profesional han forzado un replanteamiento, y el rugby, fiel a su espíritu de afrontar los desafíos, está emergiendo como pionero en la implementación de medidas para cuidar a sus jugadores más allá del campo de juego.

Bernard Dusfour, presidente de la comisión médica de la LNR (Ligue Nationale de Rugby), es una voz clave en esta evolución. Su reflexión es contundente: “Antes, ser fuerte significaba aguantar sin decir nada. Pero eso, era antes. Hoy, ser fuerte es atreverse a decir no y que ya no podemos más”. Esta simple frase encapsula el cambio cultural que se está gestando. La fortaleza ya no se mide por la capacidad de soportar el dolor o la adversidad en silencio, sino por la valentía de reconocer las propias limitaciones y buscar ayuda. Dusfour establece un paralelismo revelador, comparando la presión constante que sufre un jugador de rugby con la de un ejecutivo sometido a objetivos permanentes. “Hay problemas en todas partes pero en otros deportes, no se habla de ellos. En el rugby, hemos tenido problemas, hemos hablado de ellos y los hemos tomado en mano. Hemos avanzado”, afirma, destacando la proactividad de la disciplina en este ámbito.
La figura del preparador físico también se ha vuelto crucial en esta nueva era. Thibault Giroud, preparador físico de Bordeaux, advierte sobre las malas prácticas del pasado, donde la confidencialidad entre jugador y preparador mental podía ser vulnerada. “He visto torpezas en el pasado, cuando los jugadores se confiaban al preparador mental y este utilizaba lo que le decían para hacer un reporte al entrenador, el cual retomaba estos comentarios para gestionar su grupo. No puede funcionar si funciona así”, señala, subrayando la importancia de la ética y la protección de la información personal en el acompañamiento psicológico.

Fulgence Ouedraogo, un nombre resonante en el rugby, refleja este cambio generacional. “El término ‘salud mental’ no formaba parte del vocabulario de nuestra generación. Pero es cierto que ahora, es una pregunta que se plantea. Los chicos están siempre bajo presión”. Esta declaración evidencia cómo las nuevas generaciones de jugadores están más expuestas a las presiones y, afortunadamente, más abiertas a discutir sobre su bienestar emocional.
El Dr. Dusfour sintetiza la complejidad del desafío: “Nuestro modo de vida genera problemas de salud mental y el funcionamiento del rugby profesional también. Creo que dentro de algún tiempo, todos los deportes se pondrán en ello porque es importante. La salud mental es un problema mayor. De verdad”. Su visión es clara: el rugby está marcando un camino que, tarde o temprano, otros deportes deberán seguir. La salud mental no es un tema exclusivo del rugby, sino una problemática global que el deporte, por su naturaleza y exposición, está obligado a abordar de frente.

La experiencia personal de Rodrigo Capo Ortega es un testimonio conmovedor de este cambio. “Se lo digo a los chicos durante mis intervenciones: van a tener que aprender a quitarse sus disfraces de superhéroes y a ponerse sus disfraces de humanos antes que nada. No olviden que eso es lo que somos: humanos. Tenemos derecho a estar tristes, a estar nerviosos, a expresarnos”. Este mensaje resuena profundamente, invitando a los jugadores a abrazar su humanidad y a reconocer que la vulnerabilidad no es debilidad. La estrategia de que sean los propios exjugadores quienes hablen con los jugadores actuales, como lo hacen Capo Ortega y Jean-Marc, es especialmente efectiva. Dusfour valora este enfoque: “Ha sido extremadamente bien recibido por los jugadores. ¿Y por qué? Porque no es solo un psicólogo o un psiquiatra el que les habla, sino uno de los suyos. Se entienden. Discuten con sus pares así que es más fácil. Cuando Jean-Marc o Rodrigo hablan de derrotas, de contratos, de todas esas cosas, hablan el mismo lenguaje”. Esta conexión entre pares facilita la apertura y la confianza.
Sin embargo, el rugby no está exento de los riesgos físicos que impactan directamente en la salud a largo plazo. Un preocupante estudio de la Universidad de Glasgow, publicado en el Journal of Neurology, Neurosurgery and Psychiatry, ha reavivado el debate sobre las consecuencias de los violentos sobresaltos que sufren los jugadores. Los resultados revelan que el riesgo de que exjugadores internacionales de rugby desarrollen enfermedades neurodegenerativas es dos veces y media mayor que en la población general. El riesgo de padecer Parkinson se triplica, y el de una enfermedad de la neurona motora se eleva a quince veces más. Este estudio, que analizó a 412 exjugadores escoceses, se suma a investigaciones previas que vinculan las conmociones cerebrales con un mayor riesgo de enfermedades neurodegenerativas. Willie Stewart, consultor en neuropatología y director del equipo de investigación, expresó su preocupación, especialmente por el riesgo de enfermedad de la neurona motora, que es incluso mayor en jugadores de rugby que en ex rugbiers profesionales. La llamada a la acción es clara: “Hay que atacar estos temas para reducirlos lo máximo posible”, tomando como ejemplo las medidas adoptadas en el fútbol americano para reducir los contactos en los entrenamientos. Brian Dickie, director de investigación y desarrollo de la Motor Neurone Disease Association, aplaudió el estudio y solicitó más investigaciones, considerando la posibilidad de factores genéticos y ambientales en atletas de élite.
En el ámbito del rugby amateur, la salud mental presenta una dualidad interesante. Por un lado, el sentido de pertenencia, la disciplina y el compañerismo inherentes a la práctica deportiva pueden ser un factor protector y positivo para el bienestar. Muchos jugadores reportan un impacto favorable en su estado anímico y social. No obstante, también existen desafíos. La presión por rendir, la posibilidad de sufrir conmociones cerebrales y la propia naturaleza competitiva del deporte pueden, en algunos casos, derivar en problemas de salud mental como depresión, ansiedad o irritabilidad, especialmente en aquellos que han experimentado múltiples golpes en la cabeza.
Para mejorar la salud mental en el rugby amateur, se proponen estrategias clave:
Fomentar la concienciación: Crear una cultura de apertura y apoyo mutuo donde se pueda hablar de salud mental sin miedo al estigma. Esto implica campañas de sensibilización, charlas y la normalización de la conversación sobre el bienestar emocional.
Proporcionar apoyo: Establecer programas y recursos que aborden específicamente las necesidades de salud mental de los jugadores, con especial atención a aquellos que han sufrido conmociones cerebrales. Esto podría incluir el acceso a profesionales de la salud mental, protocolos claros de seguimiento post-conmoción y la capacitación de entrenadores y dirigentes para identificar señales de alerta.
Equilibrar el rendimiento: Evitar forzar los límites del cuerpo y la mente hasta un punto poco saludable. Promover la conciencia de que la competencia al máximo nivel no siempre es posible y que el descanso y la recuperación son fundamentales tanto para el rendimiento físico como mental.
El Panorama en Argentina: ¿Están Preparados los Clubes del Interior? La Visión de las Uniones Provinciales
La pregunta sobre la preparación de los clubes del interior en Argentina para abordar la salud mental es crucial. Si bien el rugby argentino tiene una rica tradición y un fuerte arraigo en muchas provincias, la infraestructura y los recursos dedicados a la salud mental varían significativamente. En general, los clubes más grandes y con mayor estructura, a menudo ubicados en centros urbanos, pueden tener una mayor capacidad para implementar programas o al menos para tener conocimiento sobre dónde derivar a los jugadores que necesiten apoyo. Sin embargo, en el interior, donde los clubes suelen ser más pequeños y depender en gran medida del voluntariado, la atención a la salud mental puede ser un desafío mayor. La falta de profesionales de la salud mental especializados en deporte en estas regiones, sumada a las limitaciones económicas, puede dificultar la implementación de protocolos sistemáticos.
La visión de las uniones provinciales en Argentina respecto a este tema es diversa. Algunas uniones más activas y con mayor presupuesto están comenzando a dar pasos, a menudo impulsadas por iniciativas de la Unión Argentina de Rugby (UAR) o por la creciente conciencia global sobre la salud mental en el deporte. Esto puede traducirse en la organización de charlas informativas para jugadores, entrenadores y padres, o en la promoción de la comunicación abierta dentro de los clubes. Sin embargo, la implementación efectiva y la cobertura a nivel de todos los clubes del interior dependen en gran medida de la voluntad política de las autoridades de cada unión, de la asignación de recursos específicos y de la capacitación continua
