El jugador de rugby que no sirve nunca: una reflexión sobre los valores del deporte que amamos
Por: Eduardo Costas
En el mundo del rugby, cada jugador lleva en sus espaldas más que un simple número en la camiseta; lleva la responsabilidad de encarnar los valores que hacen grande a este deporte: respeto, compromiso, humildad y solidaridad. Sin embargo, en nuestra cancha y en nuestra comunidad, también existen aquellos que, por acción u omisión, representan todo lo contrario y amenazan con desdibujar la esencia del juego que tanto amamos.
Hablamos del jugador que no cree que el rugby es para los jugadores, sino para los que solo buscan lucirse sin compromiso ni respeto por sus compañeros, rivales o instituciones. Es aquel que no entiende que el rugby es un deporte de equipo, donde la unión y el esfuerzo compartido valen más que cualquier individualismo. No sirve, porque desconoce que el rugby es un estilo de vida y no una simple competición de momentos.

También están los que no pagan las entradas del partido, que no aportan a la sostenibilidad del club ni valoran el esfuerzo de quienes trabajan para que cada encuentro sea posible. La pasión por el rugby debe ir de la mano con una actitud responsable y de apoyo mutuo, no con actitudes egoístas que solo buscan beneficiarse sin compromiso.
Luego tenemos a los que se borran después de las giras, dejando en evidencia una falta de compromiso y respeto hacia sus compañeros y hacia el esfuerzo colectivo. El rugby exige entrega y solidaridad, y quienes se escapan de esas responsabilidades solo demuestran que no entienden la verdadera esencia del deporte.
El que quiere ganar a toda costa, sin importar las reglas, los valores ni el espíritu del juego, también no sirve. El rugby es lucha, es respeto y es juego limpio. La verdadera victoria radica en la forma en que se afronta el desafío, no en la única búsqueda del triunfo a cualquier costo.
Asimismo, están los que no pagan el tercer tiempo, esa tradición que fortalece los lazos entre clubes y jugadores, y que fomenta la camaradería y el respeto mutuo. Ignorar esa costumbre es olvidar que el rugby no es solo competencia, sino también comunidad.
Y qué decir de aquellos que, con actitudes personales ofensivas, generan conflictos entre instituciones y crean un ambiente tóxico en nuestro deporte. El rugby requiere de respeto y entendimiento, no de enfrentamientos que solo dividen y dañan la unión que todos buscamos fortalecer.
Por último, están los que dan malos ejemplos dentro y fuera de la cancha, poniendo en riesgo la imagen del rugby y sembrando dudas en los jóvenes que ven en nosotros un ejemplo a seguir. La verdadera grandeza de un jugador no solo se mide por su rendimiento físico, sino por su carácter y su capacidad de ser un referente positivo.
Este no es un llamado a la condena, sino una invitación a reflexionar sobre quiénes queremos ser como jugadores y como comunidad. El rugby nos enseña que solo los que creen en sus valores, los que respetan a todos los actores del deporte y cumplen con sus responsabilidades, son los que realmente sirven para este deporte. Porque al fin y al cabo, el rugby es para quienes entienden que el juego va mucho más allá de la cancha: es un espejo de la vida misma.
¡Seamos los jugadores que esta disciplina merece….