COLGAR LOS BOTINES: EDUARDO COSTAS

Qué pasa cuando un jugador de rugby decide retirarse de la práctica activa

Por Eduardo Costas

El rugby, ese deporte de hombres de verdad, de resistencia, de corazón y de alma, no es simplemente un juego. Es una forma de vida, una pasión que consume, que moldea y que deja huellas imborrables en quienes lo practican. Cuando un jugador decide colgar los botines, esa decisión no es solo dejar de pisar el césped en un partido o de transpirar en los entrenamientos; es mucho más que eso. Es el cierre de un ciclo, una despedida agridulce que marca el fin de una etapa y el comienzo de otra, quizás llena de incertidumbre, pero también de nuevas oportunidades.

La despedida que duele pero también sana

El momento en que un jugador se retira es, en muchos casos, una de las experiencias más difíciles de su vida. El campo, los compañeros, la adrenalina de un try, la lucha en cada ruck, el roce del césped en la piel… todo eso se convierte en un mosaico de recuerdos que se guardan con cariño, pero que también duelen. La cancha fue su hogar durante años, el lugar donde forjó su carácter, donde aprendió que la entrega total, el sacrificio y la pasión son las verdaderas armas de un jugador de rugby.

Sentir tristeza, nostalgia o incluso cierto vacío es natural. La despedida implica dejar atrás una identidad construida con sudor, esfuerzo y orgullo. Muchos hombres que han dedicado su vida a este deporte sienten que pierden una parte de sí mismos cuando dejan el campo, como si una pieza fundamental de su ser se apagara. Sin embargo, también hay un dejo de alivio, de reconocimiento de que el cuerpo ya no da más, que las lesiones y el desgaste físico han cumplido su ciclo. En esa aceptación, radica la oportunidad de sanar, de cuidar la salud y de comenzar a pensar en un futuro diferente, más enfocado en el bienestar a largo plazo.

La pérdida de identidad y la búsqueda de un nuevo propósito

Uno de los mayores desafíos que enfrentan los jugadores al retirarse es esa pérdida de identidad. Durante años, el rol de jugador de rugby se convierte en la forma en que se definen, en la manera en que se perciben a sí mismos y en cómo son percibidos por su entorno. La camiseta, los apodos en el vestuario, el liderazgo en el equipo… todo eso pasa a ser parte de su esencia. Entonces, cuando se apartan del deporte activo, enfrentan una especie de vacío, una necesidad de encontrar quiénes son más allá del rugby.

Este proceso puede ser duro, pero también es una oportunidad para explorar nuevas facetas, para descubrir talentos ocultos y para reinventarse. Muchos encuentran en la familia, en la educación, en el emprendimiento o en el voluntariado un nuevo sentido de propósito. La experiencia adquirida en el rugby —disciplina, trabajo en equipo, liderazgo— se puede transferir a otros ámbitos, ayudando a construir una nueva identidad con bases sólidas.

Seguir conectado: el rugby como legado y pasión

No todo se termina con la retirada. El amor por el rugby no se apaga con dejar de jugar en la cancha. Muchos exjugadores optan por mantenerse ligados al deporte desde otros roles: como entrenadores, dirigentes, comentaristas o formadores de futuras generaciones. Esa transferencia de conocimiento y pasión enriquece el rugby y mantiene vivo ese espíritu de camaradería y superación que tanto caracteriza a este deporte.

Además, el rugby veterano ofrece la posibilidad de seguir disfrutando del juego en su versión más recreativa, en equipos de amigos que mantienen vivo el espíritu de la competencia sana y la camaradería. La pasión por el deporte trasciende la práctica activa y se convierte en un legado que se comparte y se transmite, fortaleciendo la comunidad rugby y dejando huella en quienes vienen detrás.

Nuevos horizontes: el desafío del cambio

El retiro también abre las puertas a explorar nuevas pasiones y desafíos. Muchos jugadores aprovechan este momento para estudiar, emprender, dedicarse a su familia o incursionar en otros deportes. La vida después del rugby no tiene por qué ser un adiós, sino un comienzo. Es en esa transición donde cada uno puede descubrir nuevas metas, aprender nuevas habilidades y construir una vida que, aunque diferente, puede ser igual o más apasionante que la anterior.

Una despedida que abre caminos

En definitiva, cuando un jugador de rugby decide dejar la práctica activa, vive una experiencia que combina sentimientos encontrados: tristeza, nostalgia, orgullo y esperanza. Es un proceso de duelo por lo que se deja atrás, pero también una oportunidad para reinventarse, para seguir disfrutando del deporte desde otro lugar, y para encontrar nuevas motivaciones que llenen su vida de sentido.

El retiro no es el fin, sino un capítulo más en la historia de un hombre que ha amado y vivido el rugby con intensidad. Es una despedida agridulce, sí, pero también un nuevo comienzo lleno de promesas, aprendizajes y, sobre todo, de la certeza de que el espíritu rugby siempre estará presente, en el corazón y en las acciones de quienes alguna vez defendieron esa camiseta con pasión y honor.

¡Porque en el rugby, como en la vida, lo importante no es cuánto tiempo se juega, sino cuánto se entrega y cómo se deja huella!

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