
Por Sebastián E. Perasso
En el vasto universo del rugby, donde el contacto físico, la estrategia y la adrenalina convergen en cada partido, hay un guardián silencioso que vela por la esencia del deporte: la buena fe.
El árbitro, por más competente, enérgico y atento que sea, no puede observar cada detalle de las acciones realizadas por los 30 jugadores en el campo. Esto deja un espacio inevitable donde los valores y la integridad del rugby dependen de algo más profundo: la lealtad y la honestidad de cada jugador.

El verdadero guardián del juego
En un deporte donde las oportunidades para ejercer la mala fe pueden ser innumerables, ya sea para engañar, sacar ventaja desleal o incluso lastimar a un oponente, el árbitro no siempre puede identificar esas acciones. Es en este punto donde los principios del rugby se convierten en el pilar que sostiene al juego: la buena fe como custodia silenciosa de sus valores.
No hay espacio para interpretaciones o justificaciones en este aspecto. La lealtad y la buena fe deben ser innegociables. En la familia del rugby, podemos debatir sobre reglas, estrategias, metodologías de enseñanza o estilos de liderazgo, pero jamás sobre el respeto al espíritu del juego y sus valores fundamentales.

El fin nunca justifica los medios
El rugby nos enseña que las formas importan. Alcanzar una victoria carece de valor si los medios utilizados atentan contra los principios del deporte. El respeto al reglamento, la integridad en cada acción y la firmeza frente a cualquier acto de deslealtad son esenciales para que el rugby siga siendo una herramienta para el desarrollo personal y humano.
Como jugadores, entrenadores, árbitros o aficionados, debemos ser custodios de estos valores. Erradicar las conductas antideportivas con determinación no solo protege al juego, sino que también asegura que siga transformando vidas y forjando personas íntegras.

Rugby, un deporte que trasciende
La buena fe no solo garantiza la salud del juego, sino que también convierte al rugby en un espacio único donde el respeto, la lealtad y el trabajo en equipo son protagonistas. Este espíritu, custodiado por cada miembro de la comunidad rugbística, permite que nuestro deporte continúe siendo una herramienta poderosa para el crecimiento integral de quienes lo practican.
Es nuestro deber como parte de esta gran familia proteger y promover estos valores, asegurándonos de que el rugby siga siendo mucho más que un deporte: una escuela de vida.
Sebastián E. Perasso